sábado, 23 de marzo de 2019

Fraternidad


...la palabra hermano designa, en los primeros libros de la Biblia, a los nacidos de un mismo seno materno, a los pertenecientes a una misma tribu (Dt 25, 3). Más tarde designa también a todos los hijos de Abraham. Pero de ahí no pasó.

Sin embargo, muy pronto, en la aurora misma de la humanidad, esa primitiva fraternidad la encontramos ensangrentada.
¿Qué había sucedido? Como preludio de todos los odios y asesinatos, Caín había ejecutado a Abel, por envidia. Y, peor que eso, la indiferencia y el desprecio extendieron sus alas negras sobre el paraíso. A la pregunta ¿Dónde está tu hermano? Resonó, entre las lomas del paraíso, una respuesta brutal: “¡qué sé yo!, ¿Quién me encargó cuidar de mi hermano?” (Gn 4,9).

Y así nos encontramos con el hecho de que, el egoísmo, la envidia y el desprecio proyectaron su sombra maldita sobre las primeras páginas de la Biblia.

Desde ese momento hasta el fin del mundo, el egoísmo levantará sus altas murallas entre hermano y hermano. ¡Qué tremenda carga psicoanalítica contienen las palabras de Dios a Caín: ¿Por qué andas sombrío y cabizbajo? Si procedieras con rectitud, ciertamente caminarías con la cabeza erguida. Pero sucede que el egoísmo se esconde, agazapado, detrás de tu puerta. Él te acecha como una fiera. Pero tú tienes que dominarlo (Gn 4,7).

He ahí el programa: controlar todos los ímpetus agresivos que se levantan desde el egoísmo, suavizarlos, transformándolos en energía de amor, y relacionarnos, unos con otros, en forma de apertura, comprensión y acogida.

Pero, ¿Quién es capaz de derrotar el egoísmo y hacer esa milagrosa transformación? El llamado inconsciente es una fuerza primitiva, salvaje y amenazadora ¿Quién podría dominarlo? El Concilio responde que ya hubo alguien que lo derrotó: Jesucristo (GS 22).

-"sube conmigo", Ignacio Larrañaga

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